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DOLCEFARNIENTE

El asombroso poder de los camareros

Resulta increible como la excelencia de cara al público de un camarero puede cambiar el signo de un día. Lo digo porque el otro día, mientras estaba de vacaciones por la zona rural del Bierzo topamos con uno que me hizo sudar bilis con intensidad de marejada a fuerte marejada. La cosa fue así, paramos en un pazo cerca de Ponferrada sobre las doce y le dijimos al tipo si aún podíamos desayunar. La idea no parecía hacerle demasiada gracia, pero en un alarde de condescendencia que no se correspondía con su cara de estar oliendo mierda, accedió. Pedimos tostadas para dos. Al cabo de más de media hora, el tipo aparece con un plato de tres tostadas. Matemáticamente, la cuestión se complicaba, así que lo llamamos para pedirle más tostadas. Media hora más de espera, con el café ya frío, y el fulano aparece con un enorme plato de porcelana sobre el cual reposa una triste y solitaria tostada. Por si fuera poco, mientras la deposita sobre la mesa con desdén, habla por el móvil con alguien y ni siquiera nos mira a los ojos. El dilema estaba claro: irnos sin pagar o pedir el libro de reclamaciones. Al final, ni una cosa ni otra. Tan acostumbrados estamos a que nos meen por encima que decimos que llueve.

Ese mismo día, por la tarde noche, nos desplazamos hasta León para tomar unas tapas en el barrio Húmedo. Nos metimos en un bareto que daba una tapa de chorizos al vino muy apetitosa con cada consumición. El hado quiso que de las aproximadamente cincuenta personas que había en el local el camarero se olvidase precisamente de nosotros. Después de la experiencia matutina en el pazo, estábamos a punto de explotar, como Neo-Tokio. ¿Teníamos cara de gilipollas o es que inexistíamos como en el sexto sentido? En lo que a mi respecta, ni siquiera tenía hambre, es sólo que me jode sobremanera que estas cosas me tengan que pasar siempre a mí (un día hasta me cobraron en el carrefour una almohada hipoalergénica de ciento cincuenta euros que no había comprado)y sobre todo, que me hagan desempeñar el rol del cliente rompehuevos que tanto odio y que a lo largo de mi lamentable curriculum vitae alguna vez me ha tocado soportar. Yo no soy un cliente rompehuevos. Sólo quiero recibir el mismo trato que la masa y ser igual de feliz que ellos, con mi vinito y mi tapa de chorizo, con mis tostadas para dos dispensadas en un número par mayor o igual que cuatro.Los camareros, amigos míos, son los nuevos Harry Callahans españoles. "Sé que te estás haciendo una pregunta, hijo, me he olvidado de tu tapa o no me he olvidado de tu tapa, adelante, alégrame, el día" Si al menos tuvieran la presencia del gran Clint....

2 comentarios

David -

Realmente esto es algo por lo que hay que luchar con fuerza!

ifrit -

jajaja
muy bueno, aunque sea una putada , siempre tiene gracia cuando no te pasa a ti :p sobre todo lo de la almohada hipoalergénica XD
La verdad es que yo es una cosa que no soporto, camareros y otros trabajadores de cara al público que te tratan como si te estuvieran haciendo un favor enorme o salvándote la vida... y lo peor es que casi nadie se queja y ellos siguen convencidos en sus comportamientos... cómo si no hubiera bares y demás tugurios de mala vida por estos lares!!
;)