Mar Adentro: Gotelé de Cuello Vuelto
Mi crítica de Mar Adentro:
Por algún extraño motivo en dos de las películas más exitosas del cine Español de los últimos años los protagonistas comparten un gusto estético desconcertante por los jerseys trasnochados de la abuelita. Me refiero a Los Lunes al Sol y Mar Adentro, donde tanto Santa como Sampedro, personajes ambos encarnados por Javier Bardem, lucen sin reparo unas prendas tan rancias como la moralina barata de sus respectivas películas. Ustedes dirán... ¿y eso que más da? ¡Pues mucho! A través de esos retazos ajados de lana, podemos columbrar cual es la verdadera ecuación matemática que rige los destinos de las dos producciones: éxito de taquilla = sensiblería de chiringuito+maniqueísmo amodorrante, vamos, como los peores blockbusters románticos de Hollywod...
De acuerdo con el tono paternalista y hagiográfico tan del gusto de los autores, resulta absolutamente lógico, y yo diría que hasta necesario, embuchar al magnánimo Bardem en ropajes hogareños y simpaticotes propios de un anuncio de Aspirina. Así uno se ahorra el tener que trabajar los personajes en su complejidad, que siempre tiende a ser una tarea bastante engorrosa, y además lima un poco los rasgos cada vez más agrestes del agañanado actor. Recordemos que el tipo en cuestión no es un angelito, ya que se dedica a ir por las discotecas pavoneándose a lo Hulk y destrozando tabiques nasales ajenos.
Pero a lo que íbamos. Desde el fundido de apertura al de cierre, Mar Adentro se nos revela como un cúmulo de despropósitos tan ciclópeo que por momentos hasta cae bien por razones de índole Kitsch. Entre el costumbrismo más reaccionario (la omnipresente música de gaitas, los hórreos que asoman por doquier...) y la recuperación del humor de sainete (¡Esa escena impagable con Joseph María Pou ejerciendo de payaso tonto y Bardem de payaso listo!), la película, de una falta de sutileza enfermiza, es al melodrama lo que el gotéle a una pintura de Velázquez. Sólo fíjense en la escena en la que, a fin de connotar las ansias de movilidad de Sampedro, a Amenábar no se le ocurre otra cosa que lanzarlo a volar por la ventana en plan Peter Pan. Pepe Gotera lo hubiera hecho mejor.
Si realmente quieren ver una buena película sobre la eutanasia permítanme un consejo: desplácense ipso facto a su cine más cercano y adquieran una entrada para Million Dollar Baby. No diré nada más. Al salir de la sala, ustedes mismos comprobarán que, aunque Eastwood y Amenábar se encuentren muy juntos en la foto de familia de los Óscars, la distancia ética y estética que los separa es tan infinita como la que separa la mano de Bardem de la de Belén Rueda en la única escena más o menos afortunada de la película.
Calificación: execrable
Por algún extraño motivo en dos de las películas más exitosas del cine Español de los últimos años los protagonistas comparten un gusto estético desconcertante por los jerseys trasnochados de la abuelita. Me refiero a Los Lunes al Sol y Mar Adentro, donde tanto Santa como Sampedro, personajes ambos encarnados por Javier Bardem, lucen sin reparo unas prendas tan rancias como la moralina barata de sus respectivas películas. Ustedes dirán... ¿y eso que más da? ¡Pues mucho! A través de esos retazos ajados de lana, podemos columbrar cual es la verdadera ecuación matemática que rige los destinos de las dos producciones: éxito de taquilla = sensiblería de chiringuito+maniqueísmo amodorrante, vamos, como los peores blockbusters románticos de Hollywod...
De acuerdo con el tono paternalista y hagiográfico tan del gusto de los autores, resulta absolutamente lógico, y yo diría que hasta necesario, embuchar al magnánimo Bardem en ropajes hogareños y simpaticotes propios de un anuncio de Aspirina. Así uno se ahorra el tener que trabajar los personajes en su complejidad, que siempre tiende a ser una tarea bastante engorrosa, y además lima un poco los rasgos cada vez más agrestes del agañanado actor. Recordemos que el tipo en cuestión no es un angelito, ya que se dedica a ir por las discotecas pavoneándose a lo Hulk y destrozando tabiques nasales ajenos.
Pero a lo que íbamos. Desde el fundido de apertura al de cierre, Mar Adentro se nos revela como un cúmulo de despropósitos tan ciclópeo que por momentos hasta cae bien por razones de índole Kitsch. Entre el costumbrismo más reaccionario (la omnipresente música de gaitas, los hórreos que asoman por doquier...) y la recuperación del humor de sainete (¡Esa escena impagable con Joseph María Pou ejerciendo de payaso tonto y Bardem de payaso listo!), la película, de una falta de sutileza enfermiza, es al melodrama lo que el gotéle a una pintura de Velázquez. Sólo fíjense en la escena en la que, a fin de connotar las ansias de movilidad de Sampedro, a Amenábar no se le ocurre otra cosa que lanzarlo a volar por la ventana en plan Peter Pan. Pepe Gotera lo hubiera hecho mejor.
Si realmente quieren ver una buena película sobre la eutanasia permítanme un consejo: desplácense ipso facto a su cine más cercano y adquieran una entrada para Million Dollar Baby. No diré nada más. Al salir de la sala, ustedes mismos comprobarán que, aunque Eastwood y Amenábar se encuentren muy juntos en la foto de familia de los Óscars, la distancia ética y estética que los separa es tan infinita como la que separa la mano de Bardem de la de Belén Rueda en la única escena más o menos afortunada de la película.
Calificación: execrable
3 comentarios
diego -
Uruloki -
Sólo puedo decir que Million Dollar Baby conmueve y la de Mar Adentro no la veo ni con nueve apuntándome a la cabeza.
Muerte a los jerseys de cuello vuelto y lana! Que engordan!
Faustino -